Abro el libro que le dieron
a mi madre el día del lanzamiento, lleno
de firmas de compañeros, amigos y conocidos. Ha pasado tiempo desde el lanzamiento y está lleno de polvo en un rincón. Me entristece
enormemente, ella leyó todos mis cuentos pero ¿el resto?, quedo en las sombras
la crónica de mi amigo Fabián, profundo admirador de las prostitutas y lleno de
indignación contra la explotación minera colombiana. Nadie me habla de las perras preadolescentes en J.J de mi compañero Daniel Montoya, persona de gran talento
y portentoso trabajo. ¿Acaso ningún otro
lector podrá ser asesinado por su casa? ¿Nadie
quiere saber si el Pibe se lo metió a Juliana para sacarle los demonios? ¿Nadie quiso saber cuánto duelen seis balas?...
quizás sea demasiado aterrador que un hijo le arrebate la vida a su madre por
las tetas.

Leo artículos sobre las diversas
técnicas utilizadas por cada uno de los autores, de la utilidad de los talleres,
de la pasión de hombres y mujeres que escriben esas páginas. Personalmente me
causan más intriga los personajes e historias del libro que las manos
creadoras. Los autores son solo personas que intentan desencriptar inútilmente
el por qué escriben, quizás algunos después
de este libro se queden en silencio y no vuelvan a escribir. Quizás para alguno
solo será la efervescencia de la juventud o un apéndice para la hoja de vida. No
se quienes sobrevivirán en el tiempo, quienes tendrán el temple para mantenerse
en la escritura. Este libro no es un triunfo sino una apuesta.
Quisiera arrancar mis
cuentos, quemar las hojas en donde está mi trabajo, dejar al lector sin mis
silencios y permitirle disfrutar un trago en la mañana, mientras observan una
bella selva en su cuarto. Creo que es una antología demasiado tórrida, oscura y
quebrada. Quisiera ser más un lector que un escritor de estas hojas. Ciertamente
es difícil navegar sin mapas.
LOS MAPAS ROTOS
(Martha Fajardo Valbuena)
La señora Martha,
profesora de geografía, mira mi mapa de Europa.
Es un calco en plumilla bordeado de sombra azul.
La tarima en la que está su escritorio
Es tan pequeña que yo estoy a la orilla
pendiente un píe.
Mi recordada profesora toma el mapa y lo rompe,
arruga los pedacitos semitransparentes.
El calco no es exacto al original.
He agregado algunos trozos de continente y he
obviado istmos, islas y cadenas montañosas.
Si ahora, 32 años después, la profesora
Comparara mi vida con la de ella y con la de
mujeres de bien
que debí calcar, también la arrugaría y
trozaría:
He agregado algunas malas costumbres, palabras,
gestos
y una que otra lectura indebida.
He cambiado el norte y el sur y mis ríos
no siempre han desembocado en el mar.
También bebo copitas de vino y jóvenes salivas,
Trasnocho o no duermo, escribo, no tengo hijos
y jamás subo a una tarima de maestro
ni para aprender ni para enseñar