lunes, 17 de octubre de 2016

Conjeturas sobre un anciano

Ya no voy a ver al viejo. Desde que está en la ciudad me cuesta mirarlo. Todos creemos que necesita descanso, pero no podemos hacer más que esperar. Ya lleva aquí más de cinco años y lo único que extraña es su tierra.

Ahora que el viejo parece decaído mamá habla más de él. Me dice que nació en Cundinamarca y que era el mayor de los hijos, por eso tuvo que empezar a cultivar la tierra. Era costumbre que los mayores empezarán a trabajar a edad temprana y que a esa misma velocidad formalizaran relaciones. A pesar de esa corta infancia el campo tiene un ritmo lento, y tuvo que esperar, al menos, un par de años para que el cultivo floreciera. Las familias de antes no eran el ideal que él nos enseñó y cuando las matas de café estuvieron cargadas, al viejo, que era joven en ese momento, lo echaron junto con su esposa.    

No sé muy bien si se quedaron en Cundinamarca o si fue cuando el viejo empezó a emigrar al Tolima. El hecho es que la buena manera de vivir en ese tiempo era trabajando, así que alquiló una finca para cultivar y con eso pagaba las cuentas. Creo que en ese entonces no tuvo hijos. Él vivió en lo que llamamos el tiempo de la violencia. Para esa época la lucha era entre liberales y conservadores, y el compromiso político iba desde puñetazos en un bar hasta asaltos armados. Nadie sabe bien que sucedió, es una historia muy dura para preguntársela a un viejo que espera la muerte, lo único que se puede hacer es escucharlo y esperar que algo de información se le escape. El no llora y creo que eso hace todo más difícil. El caso es que tuvo que correr. Una vez él me dijo que había sido de noche cuando lo buscaron los conservadores para matarlo. Hace poco mamá me contó que el mismo tuvo que enterrar a su esposa, supongo que desde ahí empezó a caminar con un pie en la tumba.

Tuve la fortuna de ver una foto del viejo en sus mejores años, era bastante apuesto y supongo que por eso no le costó mucho iniciar de nuevo una relación. Además, en el campo era mal visto que un hombre anduviera solo y las fincas no prosperan sin una mujer que atendiera la casa. Creo que no importa la época, una buena mujer no solo abre el amor, sino también el progreso. Pero al viejo le falló la percepción y abrió el amor donde no debía. Tuvo un hijo. Mamá me cuenta que la chica le fue infiel, que le robaba el dinero para su traición. Algunos dicen que la confronto, otros que la echó de la casa, y otros que él se fue y la abandonó. Solo sé que se quedó con niño y que la siguió amando. Mi abuela siempre estuvo celosa de ella, nunca le pudo llenar el corazón como lo hizo esa mujer. Mis tías dicen que lo vieron llorar cuando se enteró de la muerte de la infiel.  

Nunca se habló, o por lo menos no a nosotros, los nietos, de cómo el viejo se conoció con mi abuela. Siempre supuse que fue casi un matrimonio por conveniencia, como dije, una buena mujer es progreso. Él venía con un hijo y ella con dos niñas, era un buen trato. Ahora pienso que mi abuela aspiró a un amor que nunca le pudieron ofrecer, y eso le amargo el corazón, aunque nadie lo quiera admitir. Lo que puedo asegurar es que desde que tengo memoria, siempre durmieron en camas separadas. Tuvieron nueve hijos y todos fueron sustentados con el café. Mamá recuerda que todas las habitaciones, incluso donde las niñas dormían, eran invadidas por sacos de café apilados hasta el techo. Había veinte mulas y todas salían una vez a la semana con carga para vender. Había más de cuarenta trabajadores y el suficiente dinero para comprar una casa en la ciudad y pagar la universidad a los hijos que quisieran estudiar. Yo recuerdo al viejo desde que él tenía más o menos unos setenta años. Yo cinco. Siempre visitábamos la finca una vez al año, a veces dos. Nunca dejó de trabajar un día, solo cuando cumplió los noventa, que mis tíos decidieron traerlo para la ciudad por miedo a que se resbalara y muriera en la loma.

Cuando llego a la ciudad el viejo ya usaba bastón. Era extraño verlo sin su machete en la cintura. Se sentía incómodo sin ir a cuidar su finca y lo único que hacía era mirar las noticias en el televisor. Uno podía hablar con él y parecía más lúcido que los adultos a su alrededor. Hablaba con cierta tranquilidad sobre las nuevas cosas que sucedían en el mundo. Un día algunos tíos veían el fútbol por la televisión. Todos se quejaban de los jugadores de cabello largo y el viejo, sin ningún asomo de espanto, replicó, así lo usan los hombres ahora. Todos se quedaron callados. No creo que él compartirá el gusto por el cabello largo, pero él sabía que había cosas más crueles. Para todos era difícil hablar con él, nunca hablaba de cosas triviales. Se quejaba constantemente de sus rodillas y tenía una necesidad de mencionar la muerte. A nadie le gusta escucharlo hablar así. A veces preguntaba a mis tíos el por qué lo habían traído a la ciudad. Siempre le respondían lo mismo, por salud. Pero él se sentía enfermo. Todos buscaban medicina para aliviarle las rodillas. Creo que nadie entendió que sus dolores los había aliviado con tierra. Con los días se fue quedando sentado frente al televisor, con los ojos incrustados en las noticias. Como si le hubieran silenciado.

Me fui cuando mi mamá amablemente me lo pidió. De a poco deje de visitar la casa. Eso me daba un poco de ignorancia y a la vez alivio. Las cosas son más sencillas cuando son contadas con un tono de “ya sucedió”. Creo que el gran problema de él era ese, su memoria era un constante ahora. Un día intento ahorcar los recuerdos en un sueño y quedo con la garganta desecha, no pudo hablar por varios días. El cuerpo ya no le respondía. Empezó a quedarse acostado en la cama. La espalda se le empezó a abrir como una guayaba madura contra el piso. Quizás fue la tierna labor de mis primos y tías lo que no dejó que se le agusanaran las heridas. Mamá me dice que siempre le pide un remedio que lo alivie. El viejo tiene el mismo ritmo lento del campo y le tarda mucho en florecer la muerte. Él se ha enraizado a la cama; pero la ciudad no tiene la suficiente tierra para ahogarle la memoria.    


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