miércoles, 1 de junio de 2016

El derecho de ser para las nuevas generaciones



“¿Qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia
para adivinar otro mundo posible?”
Eduardo Galeano

Estoy cansado de escuchar que las nuevas generaciones son un desastre y que no entienden por qué son así, de escuchar que las anteriores generaciones son mejores, que nuestra generación fue la última que poseía algo de cordura. Es cierto, una gran parte de la población es un desastre, pero por más que veo la historia, siempre una gran parte de la población es un desastre.

Cuando veo la historia noto que los grandes hombres del pasado son una excepción y no una regla.  Hoy dicen que hay un gran número de jóvenes perdidos, que antes no era así, claro, como si el crecimiento poblacional no tuviera nada que ver en eso, como si el número de habitantes en el mundo fuera el mismo desde siempre, como si el pensamiento y la tecnología no nos obligaran a abandonar el astigmatismo social, como si la negación de los problemas de las generaciones pasadas no existiera. Como si nuestra generación y las generaciones pasadas no fueran lo suficientemente narcisistas para no admitir que nos equivocamos.  Veo un mundo (por lo menos en mi país) que están destinando al fracaso a sus niños y jóvenes solo porque no podemos admitir que nuestros padres se equivocaron, que nosotros nos equivocamos. Destinamos a las nuevas generaciones al fracaso solo porque no admitimos que nos rendimos con nosotros mismos.

Las nuevas generaciones tienen la libertad que nosotros y nuestros padres no pudieron tener, y por ello tampoco podemos enseñar. Las nuevas generaciones tienen una libertad tan ajena a nosotros porque en algún punto decidimos quedarnos en el pasado, fosilizar nuestras creencias, en vez de retroalimentarlas y hacer que crezcas; porque sí, las creencias tienen la capacidad de crecer y no en números de creyentes, sino en estructura y complejidad, y en la forma que cada quien las transmite a sus hijos.

En anteriores siglos la mayoría de la población estaba temblando, escondidos bajo la represión del analfabetismo, la represión sexual, la represión a la mujer, la represión militar, la represión nuclear. Hoy todos somos víctimas de la represión por falta de utopía. Creamos sociedades llenas de la libertad que nos arrebataron durante décadas, siglos, pero que no entendemos; porque fue producida y ejecutada por unos cuantos genios, y el resto de la población nos dedicamos a disfrutar sus bonanzas sin construirnos en las enseñanzas de nuestros científicos, intelectuales, artistas, profesores y, por qué no, algunos políticos (aunque el número sea muy reducido).  Nos dedicamos a disfrutar de la creación de tecnologías sin entender sus propósitos, y estas crecen de forma avasallante mientras la cultura se quedó truncada. Tal es nuestro atraso que creemos que la cultura es solamente las actividades que realizan ciertos entendidos.

El problema de este siglo no son las nuevas tecnologías, ni la libertad en la que crecen nuestros niños, sino la extrema simplicidad con la que miramos nuestra vida, el abandonar nuestro crecimiento y pretender repetir nuestra infancia en nuestros hijos, cuando el mundo ha cambiado abruptamente. El problema es pretender que después de conseguir un trabajo ya no hay nada que aprender y de ahí nace la imposibilidad de guiar a los niños, que si aprenden, de manera caótica, sobre un mundo que cambia cada día. La gran parte de la población va a seguir siendo un desastre mientras no se tenga un deseo de adquirir constantemente el conocimiento. Mientras la población en general siga viendo la educación como un proceso mercantil los niños, adolescentes y jóvenes seguirán perdidos.

La sociedad actual tiene todas las posibilidades para un gran futuro, tiene la tecnología y la información para hacerlo, pero preferimos los apocalipsis antes que mover un dedo, preferimos pensar en cómo huir de zombis, que arma utilizar cuando la economía colapse, cual es el mejor búnker para soportar las guerras nucleares. Nos abandonamos a nosotros mismos y en proceso a nuestros hijos.


Las nuevas generaciones solo hacen lo que hacen todas las generaciones: tomar los fracasos y victorias de sus antecesores e intentar construir sus propios caminos. Son y construyen a partir de lo que nosotros les dejamos o les negamos; y aunque nosotros abandonemos nuestro derecho a soñar, no significa que ellos no tengan esa enorme posibilidad. 

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