“¿Qué
tal si clavamos los ojos más allá de la infamia
para
adivinar otro mundo posible?”
Eduardo Galeano
Estoy cansado de escuchar que
las nuevas generaciones son un desastre y que no entienden por qué son así, de
escuchar que las anteriores generaciones son mejores, que nuestra generación
fue la última que poseía algo de cordura. Es cierto, una gran parte de la
población es un desastre, pero por más que veo la historia, siempre una gran
parte de la población es un desastre.
Cuando veo la historia noto
que los grandes hombres del pasado son una excepción y no una regla. Hoy dicen que hay un gran número de jóvenes
perdidos, que antes no era así, claro, como si el crecimiento poblacional no
tuviera nada que ver en eso, como si el número de habitantes en el mundo fuera
el mismo desde siempre, como si el pensamiento y la tecnología no nos obligaran
a abandonar el astigmatismo social, como si la negación de los problemas de las
generaciones pasadas no existiera. Como si nuestra generación y las
generaciones pasadas no fueran lo suficientemente narcisistas para no admitir
que nos equivocamos. Veo un mundo (por
lo menos en mi país) que están destinando al fracaso a sus niños y jóvenes solo
porque no podemos admitir que nuestros padres se equivocaron, que nosotros nos
equivocamos. Destinamos a las nuevas generaciones al fracaso solo porque no
admitimos que nos rendimos con nosotros mismos.
Las nuevas generaciones tienen
la libertad que nosotros y nuestros padres no pudieron tener, y por ello
tampoco podemos enseñar. Las nuevas generaciones tienen una libertad tan ajena
a nosotros porque en algún punto decidimos quedarnos en el pasado, fosilizar nuestras
creencias, en vez de retroalimentarlas y hacer que crezcas; porque sí, las
creencias tienen la capacidad de crecer y no en números de creyentes, sino en
estructura y complejidad, y en la forma que cada quien las transmite a sus
hijos.
En anteriores siglos la
mayoría de la población estaba temblando, escondidos bajo la represión del
analfabetismo, la represión sexual, la represión a la mujer, la represión
militar, la represión nuclear. Hoy todos somos víctimas de la represión por
falta de utopía. Creamos sociedades llenas de la libertad que nos arrebataron
durante décadas, siglos, pero que no entendemos; porque fue producida y
ejecutada por unos cuantos genios, y el resto de la población nos dedicamos a
disfrutar sus bonanzas sin construirnos en las enseñanzas de nuestros
científicos, intelectuales, artistas, profesores y, por qué no, algunos
políticos (aunque el número sea muy reducido).
Nos dedicamos a disfrutar de la creación de tecnologías sin entender sus
propósitos, y estas crecen de forma avasallante mientras la cultura se quedó
truncada. Tal es nuestro atraso que creemos que la cultura es solamente las actividades
que realizan ciertos entendidos.
El problema de este siglo no
son las nuevas tecnologías, ni la libertad en la que crecen nuestros niños, sino
la extrema simplicidad con la que miramos nuestra vida, el abandonar nuestro
crecimiento y pretender repetir nuestra infancia en nuestros hijos, cuando el
mundo ha cambiado abruptamente. El problema es pretender que después de conseguir
un trabajo ya no hay nada que aprender y de ahí nace la imposibilidad de guiar
a los niños, que si aprenden, de manera caótica, sobre un mundo que cambia cada
día. La gran parte de la población va a seguir siendo un desastre mientras no se
tenga un deseo de adquirir constantemente el conocimiento. Mientras la
población en general siga viendo la educación como un proceso mercantil los
niños, adolescentes y jóvenes seguirán perdidos.
La sociedad actual tiene todas
las posibilidades para un gran futuro, tiene la tecnología y la información
para hacerlo, pero preferimos los apocalipsis antes que mover un dedo,
preferimos pensar en cómo huir de zombis, que arma utilizar cuando la economía
colapse, cual es el mejor búnker para soportar las guerras nucleares. Nos
abandonamos a nosotros mismos y en proceso a nuestros hijos.
Las nuevas generaciones solo
hacen lo que hacen todas las generaciones: tomar los fracasos y victorias de
sus antecesores e intentar construir sus propios caminos. Son y construyen a
partir de lo que nosotros les dejamos o les negamos; y aunque nosotros
abandonemos nuestro derecho a soñar, no significa que ellos no tengan esa
enorme posibilidad.
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