lunes, 14 de enero de 2013

Mapas rotos


Abro el libro que le dieron a mi madre el día del lanzamiento,  lleno de firmas de compañeros, amigos y conocidos.  Ha pasado tiempo desde el lanzamiento  y está lleno de polvo en un rincón. Me entristece enormemente, ella leyó todos mis cuentos pero ¿el resto?, quedo en las sombras la crónica de mi amigo Fabián, profundo admirador de las prostitutas y lleno de indignación contra la explotación minera colombiana. Nadie me habla de las perras preadolescentes en J.J de mi compañero Daniel Montoya, persona de gran talento y portentoso trabajo.  ¿Acaso ningún otro lector podrá ser asesinado por su casa?  ¿Nadie quiere saber si el Pibe se lo metió a Juliana para sacarle los demonios?  ¿Nadie quiso saber cuánto duelen seis balas?... quizás sea demasiado aterrador que un hijo le arrebate la vida a su madre por las tetas.


Leo artículos sobre las diversas técnicas utilizadas por cada uno de los autores, de la utilidad de los talleres, de la pasión de hombres y mujeres que escriben esas páginas. Personalmente me causan más intriga los personajes e historias del libro que las manos creadoras. Los autores son solo personas que intentan desencriptar inútilmente el por qué escriben,  quizás algunos después de este libro se queden en silencio y no vuelvan a escribir. Quizás para alguno solo será la efervescencia de la juventud o un apéndice para la hoja de vida. No se quienes sobrevivirán en el tiempo, quienes tendrán el temple para mantenerse en la escritura. Este libro no es un triunfo sino una apuesta.   

Quisiera arrancar mis cuentos, quemar las hojas en donde está mi trabajo, dejar al lector sin mis silencios y permitirle disfrutar un trago en la mañana, mientras observan una bella selva en su cuarto. Creo que es una antología demasiado tórrida, oscura y quebrada. Quisiera ser más un lector que un escritor de estas hojas. Ciertamente es difícil navegar sin mapas.

LOS MAPAS ROTOS
(Martha Fajardo Valbuena)

La señora Martha,


profesora de geografía, mira mi mapa de Europa.



Es un calco en plumilla bordeado de sombra azul.



La tarima en la que está su escritorio 



Es tan pequeña que yo estoy a la orilla



pendiente un píe.





Mi recordada profesora toma el mapa y lo rompe, 



arruga los pedacitos semitransparentes.



El calco no es exacto al original. 



He agregado algunos trozos de continente y he 



obviado istmos, islas y cadenas montañosas.





Si ahora, 32 años después, la  profesora 



Comparara mi vida con la de ella y con la de mujeres de bien



que debí calcar, también la arrugaría y trozaría:



He agregado algunas malas costumbres, palabras, gestos



y una que otra lectura indebida.



He cambiado el norte y el sur y mis ríos 



no siempre han desembocado en el mar.



También bebo copitas de vino y jóvenes salivas,



Trasnocho o no duermo, escribo, no tengo hijos



y jamás subo a una tarima de maestro



ni para aprender ni para enseñar