Había
que perderse en el bosque para encontrar el bosque. Mis pasos iban hacia los
matorrales, pero siempre se encontraban con una carretera, una casa, una
persona. Los animales del bosque eran un mito que se sostenía por una vieja piel
de lobo pegada en la pared y un par de conejos cazados por mi padre. Tuve que
escudriñar las entrañas de los árboles, hallar el pavor de las salamandras,
acariciar hojas muertas para encontrar el estanque de los sapos. Tuve que cazar
gallinas como un zorro, acuñarme en una buena madriguera. Como los viejos toros
me quebré los huesos, me hice gusano, tierra negra. Tuve que florecer mis dedos
para encontrar el bosque.