Los grandes hombres de este país
no mueren en campos de batalla
sus cruces no las adornan con banderas.
Los grandes hombres mueren en el anonimato
de sus casas, sus trabajos, sus calles.
Mueren de imprevisto
bajo balas homicidas
mueren inadvertidos
sin el derecho a la legítima defensa.
Son culpables
del abrazo extendido a la distancia.
Nosotros nos quedamos acá, vivos
inservibles
con nuestros corazones fundidos en la tierra
con sus nombres deslizándose en los ojos.