Las hostiles
arañas de mi pecho
no te dejan en
paz.
Pronuncian con
sus patas tus caderas
sus pelos
refinan tu voz
tejen tus ojos
al filo de sus bocas.
Me enredo en el
juego de sus cuatro colas,
cripta de hilos
urdida con el
mismo enigma de tu perfume.
Me envenenan las
arañas
con tu tagma ausencia.
Severo Eder, me gusta el tono, como se va forjando esa telaraña en la que se duele la perdida de esa mujer casi artrópodo mientras se captura al lector. Abrazo.
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