Nada la había preparado, porque no dejar cosas al azar: Leía el horóscopo,
evitaba las escaleras, espantaba a los gatos negros con pimienta. Participó en
los planos arquitectónicos y midió milimétricamente los espacios de los muebles
para un buen Feng Shui. Semanalmente pedía
guía a las cartas. Pero ese día ella estaba somnolienta y el viento muy fuerte. Cuando
el espejo se esparció por el piso, el corazón se le hizo añicos. Se quedó
llorando, sobre su torpeza, los siete años que desde hoy llegarían.
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