El libertinaje nos hizo
distantes. El primer paso a nuestro desplome fue la inactividad de las manos. La
incapacidad para soportar el roce de la piel nos arrojó a una época de celo
constante, una búsqueda de fluidos que recordaban sutilmente al amor. Al irnos a nadar en otros cuerpos, buscábamos
rescatar nuestra memoria, pero nuestras piernas se hicieron torpes y la piel
escamosa. Finalmente, ella desovaba en la cama y yo fecundaba sus ausencias,
siempre en el mismo sitio, el uno sin el otro. Nos convertimos en peces.
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