Sobre el océano, Madre Selva se
acostó como un remolino, lleno de cardumen y algas. Exhaló su cansancio. Un haz
de luna cayó sobre sus manos. Tomó una medusa y la infló de luz. Inhaló el olor
del agua y el primer rayo del sol cayó en sus dedos. Con una caricia, le ilumino
los tentáculos. Madre Selva sonrió al verla. El mar era demasiado pequeño para
retener la belleza. Le permitió, en las noches, rondar por la tierra.
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