Los
mitos siempre serán una fuente para alimentar la creación. En la medida que los
interiorizamos entendemos mejor las formas de creación. Particularmente a mí me
atrae la imagen del Grifo, la cual ha sucumbido en otros imaginarios más populares.
Sin embargo, la imagen del grifo es la forma más simple de ilustrar la
creación, en mi caso la creación literaria, y aunque en el transcurso de la
historia ha tenido diferentes significados prefiero concentrarme en cómo este
me ayuda a entender la creación poética. Como ya se sabe la palabra poesía en
su raíz significa crear. Es necesario recordar esto ya que no entendemos en
este escrito a la poesía como un género literario, sino como un proceso de
inmersión en la realidad humana. La poesía como una necesidad de hacernos más
allá de los que se nos fue dado naturalmente. No la representación de la
tradición, sino la comunión entre los elementos de la realidad hacia la
conversión de lo que no existe hasta que se configura.
Hay
un postulado de la paleontología que explica que la mitología se inició con el
descubrimiento de los huesos de criaturas extintas. Todas aquellas historias de
gigantes, dioses, sirenas, titanes se originan en el descubrimiento de los
huesos de dinosaurios, reptiles y mamíferos extintos. Pero el asunto no fue
solo encontrar un montón de huesos, porque habríamos podido ignorar sus
descomunales tamaños y decir lo que modernamente decimos: solo son un montón de
huesos. Pero los seres humanos vieron en esos huesos algo más, algo que siempre
le cuesta a nuestra naturaleza inquisitiva: vacío. Vertebras, fémures,
costillas, clavículas, sin ningún orden, sin ningún animal al cual pudieran
atribuirlos. No teníamos la ciencia, ni el conocimiento para llenar esos huecos
de información, así que pusimos a trabajar nuestra principal herramienta, imaginación,
le dimos forma al caos y creamos todo un compendio de deidades y bestias que
perecieron al cumplirse nuestros miedos: guerras atroces, ambiciones,
infidelidades, egoísmos, traiciones. Convertimos nuestras invenciones en parte
de nuestra historia y cambiamos. Pasamos de machos bufando por el celo a
hombres heridos por venus, heridos por un sentimiento mucho más profundo que la
procreación, heridos por el amor. Así entonces entendemos que el poeta no es
hijo de la tradición, sino del vacío. El poeta es lanzado al mundo y comprende
lo que se le enseña, interioriza todo lo que puede interiorizar, pero al final
escribe por el vacío, no por la tradición. Escribe para llenar el espacio hueco
del alma humana con sus invenciones. El poeta crea el erotismo cuando el sexo
no le es suficiente, crea el amor cuando el erotismo no le es suficiente, crea
el amor cuando el amor no le es suficiente.
¿Pero
como crear lo que no existe? La respuesta la encontramos en el mito, en lo que
existe esta la respuesta a la no existencia, en lo real están los elementos de
lo fantástico. Y obviamente funciona a la inversa. El grifo es la forma más
simple de representar esta concepción de la creación. La imagen del grifo está
compuesta de dos elementos sencillos de la realidad que se configuran para dar
lugar a un nuevo ser. Mitad león, mitad águila, dos elementos palpables, dos
elementos reales se mezclan y configuran a un ser nuevo que llena un vacío. Aunque
este método se puede complejizar como el dragón chino (ojos de langosta,
cuernos de ciervo, morro de camello, nariz de perro, bigotes de bagre, melena
de león, cola de serpiente, escamas de pez y garras de águila) el grifo es la
figura más fácil. Los primeros esqueletos del Protoceratops dejaron un vacío en
el imaginario humano que fue llenado con lo que teníamos al alcance, y no solo
su forma, sino que incluso su comportamiento, sus vidas renacen en el
imaginario humano para conectarnos en formas profundas con nosotros mismos. Fue
el vacío lo que permitió que estos ovíparos y herbívoros terminaran convertido
en una fiera bestia protectora del oro, un heraldo de la muerte y la venganza,
una comunión entre el hombre y Dios. Cuando
una imagen poética se ha elaborado correctamente esa tiende a permearse en el
tiempo, como lo dijo Ezra Pound, trasciende más allá de su existencia
literaria, y se mezcla en el colectivo, aunque este no sepa o entienda que hace
parte de una tradición literaria, poética. Trasciende cuando la imagen nos
conecta con nuestras sensaciones más profundas y nos permite procesar el mundo,
la realidad en la existencia humana. Igual que el grifo a medida que esta
fuerza va permeando y la imagen va quedando vacía, se pierde, hasta convertirse
en algo desconocido, en algo que no nos conecta con nada.
Lo primero que
debemos entender es que la imagen no se crea con elementos al azar, sino con
aquellos elementos existentes que son representativos para nosotros (acá si
juega un papel decisivo la tradición) hay simbolismos que ya han permeado y
pertenecen a nuestro mundo interno. En el caso del grifo está compuesto de
dos símbolos el león, que para los antiguos representaba protección a las cosas
más valiosas y el águila que representa lo divino, dos símbolos construidos de
antemano que ya hacían parte de la cultura mediterránea. Aterrizándolo más a
nuestro interés, símbolos u objetos de la realidad que son significativos para
nosotros, no solo como cultura sino como individuo. Nuestros símbolos lo
reconfiguramos para crear nuevas imágenes, nuevas simbolizaciones que den
cuenta de nuestra realidad. Lo preexistente no permite llenar el vacío, si los
símbolos por si solos son capaces ahuyentar los vacíos, no necesitamos de la creación,
pero si lo que existe es insuficiente necesitamos de la poesía.