jueves, 8 de diciembre de 2016

Ecografía



Ahí estas
pequeño camarón
escondido bajo la carne
intentando no morir
haciéndote gigante.


miércoles, 9 de noviembre de 2016

Quiebre


Lees con dolor a Gioconda Belli,
anuncias:
¡No soy la Cindy Crawford!
Reprochas el abismo
que se acerca sin aviso.
Pero la duda no fue el Amor
la duda fue el Futuro
ese nido de espejismos
con el que nos atoramos la garganta.


lunes, 17 de octubre de 2016

Conjeturas sobre un anciano

Ya no voy a ver al viejo. Desde que está en la ciudad me cuesta mirarlo. Todos creemos que necesita descanso, pero no podemos hacer más que esperar. Ya lleva aquí más de cinco años y lo único que extraña es su tierra.

Ahora que el viejo parece decaído mamá habla más de él. Me dice que nació en Cundinamarca y que era el mayor de los hijos, por eso tuvo que empezar a cultivar la tierra. Era costumbre que los mayores empezarán a trabajar a edad temprana y que a esa misma velocidad formalizaran relaciones. A pesar de esa corta infancia el campo tiene un ritmo lento, y tuvo que esperar, al menos, un par de años para que el cultivo floreciera. Las familias de antes no eran el ideal que él nos enseñó y cuando las matas de café estuvieron cargadas, al viejo, que era joven en ese momento, lo echaron junto con su esposa.    

No sé muy bien si se quedaron en Cundinamarca o si fue cuando el viejo empezó a emigrar al Tolima. El hecho es que la buena manera de vivir en ese tiempo era trabajando, así que alquiló una finca para cultivar y con eso pagaba las cuentas. Creo que en ese entonces no tuvo hijos. Él vivió en lo que llamamos el tiempo de la violencia. Para esa época la lucha era entre liberales y conservadores, y el compromiso político iba desde puñetazos en un bar hasta asaltos armados. Nadie sabe bien que sucedió, es una historia muy dura para preguntársela a un viejo que espera la muerte, lo único que se puede hacer es escucharlo y esperar que algo de información se le escape. El no llora y creo que eso hace todo más difícil. El caso es que tuvo que correr. Una vez él me dijo que había sido de noche cuando lo buscaron los conservadores para matarlo. Hace poco mamá me contó que el mismo tuvo que enterrar a su esposa, supongo que desde ahí empezó a caminar con un pie en la tumba.

Tuve la fortuna de ver una foto del viejo en sus mejores años, era bastante apuesto y supongo que por eso no le costó mucho iniciar de nuevo una relación. Además, en el campo era mal visto que un hombre anduviera solo y las fincas no prosperan sin una mujer que atendiera la casa. Creo que no importa la época, una buena mujer no solo abre el amor, sino también el progreso. Pero al viejo le falló la percepción y abrió el amor donde no debía. Tuvo un hijo. Mamá me cuenta que la chica le fue infiel, que le robaba el dinero para su traición. Algunos dicen que la confronto, otros que la echó de la casa, y otros que él se fue y la abandonó. Solo sé que se quedó con niño y que la siguió amando. Mi abuela siempre estuvo celosa de ella, nunca le pudo llenar el corazón como lo hizo esa mujer. Mis tías dicen que lo vieron llorar cuando se enteró de la muerte de la infiel.  

Nunca se habló, o por lo menos no a nosotros, los nietos, de cómo el viejo se conoció con mi abuela. Siempre supuse que fue casi un matrimonio por conveniencia, como dije, una buena mujer es progreso. Él venía con un hijo y ella con dos niñas, era un buen trato. Ahora pienso que mi abuela aspiró a un amor que nunca le pudieron ofrecer, y eso le amargo el corazón, aunque nadie lo quiera admitir. Lo que puedo asegurar es que desde que tengo memoria, siempre durmieron en camas separadas. Tuvieron nueve hijos y todos fueron sustentados con el café. Mamá recuerda que todas las habitaciones, incluso donde las niñas dormían, eran invadidas por sacos de café apilados hasta el techo. Había veinte mulas y todas salían una vez a la semana con carga para vender. Había más de cuarenta trabajadores y el suficiente dinero para comprar una casa en la ciudad y pagar la universidad a los hijos que quisieran estudiar. Yo recuerdo al viejo desde que él tenía más o menos unos setenta años. Yo cinco. Siempre visitábamos la finca una vez al año, a veces dos. Nunca dejó de trabajar un día, solo cuando cumplió los noventa, que mis tíos decidieron traerlo para la ciudad por miedo a que se resbalara y muriera en la loma.

Cuando llego a la ciudad el viejo ya usaba bastón. Era extraño verlo sin su machete en la cintura. Se sentía incómodo sin ir a cuidar su finca y lo único que hacía era mirar las noticias en el televisor. Uno podía hablar con él y parecía más lúcido que los adultos a su alrededor. Hablaba con cierta tranquilidad sobre las nuevas cosas que sucedían en el mundo. Un día algunos tíos veían el fútbol por la televisión. Todos se quejaban de los jugadores de cabello largo y el viejo, sin ningún asomo de espanto, replicó, así lo usan los hombres ahora. Todos se quedaron callados. No creo que él compartirá el gusto por el cabello largo, pero él sabía que había cosas más crueles. Para todos era difícil hablar con él, nunca hablaba de cosas triviales. Se quejaba constantemente de sus rodillas y tenía una necesidad de mencionar la muerte. A nadie le gusta escucharlo hablar así. A veces preguntaba a mis tíos el por qué lo habían traído a la ciudad. Siempre le respondían lo mismo, por salud. Pero él se sentía enfermo. Todos buscaban medicina para aliviarle las rodillas. Creo que nadie entendió que sus dolores los había aliviado con tierra. Con los días se fue quedando sentado frente al televisor, con los ojos incrustados en las noticias. Como si le hubieran silenciado.

Me fui cuando mi mamá amablemente me lo pidió. De a poco deje de visitar la casa. Eso me daba un poco de ignorancia y a la vez alivio. Las cosas son más sencillas cuando son contadas con un tono de “ya sucedió”. Creo que el gran problema de él era ese, su memoria era un constante ahora. Un día intento ahorcar los recuerdos en un sueño y quedo con la garganta desecha, no pudo hablar por varios días. El cuerpo ya no le respondía. Empezó a quedarse acostado en la cama. La espalda se le empezó a abrir como una guayaba madura contra el piso. Quizás fue la tierna labor de mis primos y tías lo que no dejó que se le agusanaran las heridas. Mamá me dice que siempre le pide un remedio que lo alivie. El viejo tiene el mismo ritmo lento del campo y le tarda mucho en florecer la muerte. Él se ha enraizado a la cama; pero la ciudad no tiene la suficiente tierra para ahogarle la memoria.    


lunes, 5 de septiembre de 2016

Cumbia

No es amor
es ritmo

Te imagino tambora
tu piel bordeando la madera
mi piel tensando la respiración
mano cerrada sobre el pelo
mano abierta sobre el cuerpo

Te imagino guitarra
tu caja sobre mis muslos
la madera vibrando
mis dedos
en tus clavijas apretadas

Te imagino gaita
la boca sobre tu boca
los dedos ajustando las notas
la cera zumbando

Te imagino maraca
bajando subiendo
turbulencia
bajando subiendo
contracción
ritmo
semillas
compás. 

miércoles, 1 de junio de 2016

El derecho de ser para las nuevas generaciones



“¿Qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia
para adivinar otro mundo posible?”
Eduardo Galeano

Estoy cansado de escuchar que las nuevas generaciones son un desastre y que no entienden por qué son así, de escuchar que las anteriores generaciones son mejores, que nuestra generación fue la última que poseía algo de cordura. Es cierto, una gran parte de la población es un desastre, pero por más que veo la historia, siempre una gran parte de la población es un desastre.

Cuando veo la historia noto que los grandes hombres del pasado son una excepción y no una regla.  Hoy dicen que hay un gran número de jóvenes perdidos, que antes no era así, claro, como si el crecimiento poblacional no tuviera nada que ver en eso, como si el número de habitantes en el mundo fuera el mismo desde siempre, como si el pensamiento y la tecnología no nos obligaran a abandonar el astigmatismo social, como si la negación de los problemas de las generaciones pasadas no existiera. Como si nuestra generación y las generaciones pasadas no fueran lo suficientemente narcisistas para no admitir que nos equivocamos.  Veo un mundo (por lo menos en mi país) que están destinando al fracaso a sus niños y jóvenes solo porque no podemos admitir que nuestros padres se equivocaron, que nosotros nos equivocamos. Destinamos a las nuevas generaciones al fracaso solo porque no admitimos que nos rendimos con nosotros mismos.

Las nuevas generaciones tienen la libertad que nosotros y nuestros padres no pudieron tener, y por ello tampoco podemos enseñar. Las nuevas generaciones tienen una libertad tan ajena a nosotros porque en algún punto decidimos quedarnos en el pasado, fosilizar nuestras creencias, en vez de retroalimentarlas y hacer que crezcas; porque sí, las creencias tienen la capacidad de crecer y no en números de creyentes, sino en estructura y complejidad, y en la forma que cada quien las transmite a sus hijos.

En anteriores siglos la mayoría de la población estaba temblando, escondidos bajo la represión del analfabetismo, la represión sexual, la represión a la mujer, la represión militar, la represión nuclear. Hoy todos somos víctimas de la represión por falta de utopía. Creamos sociedades llenas de la libertad que nos arrebataron durante décadas, siglos, pero que no entendemos; porque fue producida y ejecutada por unos cuantos genios, y el resto de la población nos dedicamos a disfrutar sus bonanzas sin construirnos en las enseñanzas de nuestros científicos, intelectuales, artistas, profesores y, por qué no, algunos políticos (aunque el número sea muy reducido).  Nos dedicamos a disfrutar de la creación de tecnologías sin entender sus propósitos, y estas crecen de forma avasallante mientras la cultura se quedó truncada. Tal es nuestro atraso que creemos que la cultura es solamente las actividades que realizan ciertos entendidos.

El problema de este siglo no son las nuevas tecnologías, ni la libertad en la que crecen nuestros niños, sino la extrema simplicidad con la que miramos nuestra vida, el abandonar nuestro crecimiento y pretender repetir nuestra infancia en nuestros hijos, cuando el mundo ha cambiado abruptamente. El problema es pretender que después de conseguir un trabajo ya no hay nada que aprender y de ahí nace la imposibilidad de guiar a los niños, que si aprenden, de manera caótica, sobre un mundo que cambia cada día. La gran parte de la población va a seguir siendo un desastre mientras no se tenga un deseo de adquirir constantemente el conocimiento. Mientras la población en general siga viendo la educación como un proceso mercantil los niños, adolescentes y jóvenes seguirán perdidos.

La sociedad actual tiene todas las posibilidades para un gran futuro, tiene la tecnología y la información para hacerlo, pero preferimos los apocalipsis antes que mover un dedo, preferimos pensar en cómo huir de zombis, que arma utilizar cuando la economía colapse, cual es el mejor búnker para soportar las guerras nucleares. Nos abandonamos a nosotros mismos y en proceso a nuestros hijos.


Las nuevas generaciones solo hacen lo que hacen todas las generaciones: tomar los fracasos y victorias de sus antecesores e intentar construir sus propios caminos. Son y construyen a partir de lo que nosotros les dejamos o les negamos; y aunque nosotros abandonemos nuestro derecho a soñar, no significa que ellos no tengan esa enorme posibilidad. 

domingo, 1 de mayo de 2016

Elegía


Los grandes hombres de este país
no mueren en campos de batalla
sus cruces no las adornan con banderas.
Los grandes hombres mueren en el anonimato
de sus casas, sus trabajos, sus calles.
Mueren de imprevisto
bajo balas homicidas 
mueren inadvertidos
sin el derecho a la legítima defensa.
Son culpables
del abrazo extendido a la distancia.
Nosotros nos quedamos acá, vivos
inservibles
con nuestros corazones fundidos en la tierra
con sus nombres deslizándose en los ojos.

lunes, 11 de abril de 2016

Heracles


Ustedes son fantasmas
se han negado a mi soledad
aparecen en licores
en los ecos amarrados.
Vienen hasta acá, 
a esta habitación
cargada de libros  
a esta inmortalidad de nadie
y dan un abrazo
a este cancerbero
que roe los huesos del mundo.

sábado, 5 de marzo de 2016

El dios del tiempo

De pronto todo se detuvo. No podía mover mis músculos o ver distintos ángulos, ni siquiera se movía mi pelo. Las ráfagas de viento que levantaban polvo estaban inertes, dejando pequeños remolinos que parecían vasijas en una mesa de noche. Todo y todos en las calles estábamos quietos, como un salón de estatuas vivientes. De repente vi un ser blanco, sin rostro, tatuado con números y pequeñas rayas; tenía brazos y piernas que parecían manecillas. Caminaba alrededor del jardín humano. Se sentó cerca de mí.


―Hijo, no te preocupes, es solo que los dioses también se cansan. 


viernes, 12 de febrero de 2016

Espiral

El despertador siempre sonaba como si golpearan la ciudad, haciendo que se separan bruscamente las pestañas. A eso le seguía un olor atornillante a humo, la incomodidad del óxido en los pies al tocar el piso y el frío que se acuñaba al metal de las paredes. La calefacción siempre estaba dañada. Cambiaba el filtro del purificador del agua, aunque eso nunca evitaba el olor a orín y el cloro siempre dejaba un sabor repugnante; que se amplificaba al recordar la primera vez que robó una botella de agua. Engulló dos pedazos de comida sabor pan. Tomó su billetera. Echó unos cuantos papeles al bolsillo. Cerró la puerta del apartamento. No se molestó en poner la huella digital en la chapa, ni en encender el comando de voz. En ese edificio roñoso las puertas las abría cualquiera.

Tomó el tren. Al llegar al trabajo fue desinfectado, le rociaron ambientador y le entregaron la aspiradora. Entró a la oficina del gerente cuando esta estuvo sola. Vio la botella de agua, casi vacía, pero esa palabra “casi” se convertía en un premio. La tomó, le quitó la etiqueta y dio paso a su desesperación. Cuando acabó, una mano, sutilmente, tocó su espalda. Al girar dos guardias se abalanzaron sobre él. Le arrancaron la botella. El gerente observaba mientras se limpiaba la mano.


En la patrulla abrió su billetera y miró las etiquetas de las botellas, las tiró por las rendijas de respiración del vehículo. Cuando fue tirado a prisión se sentó. Sacó de su bolsillo una foto roída de su bisabuelo, héroe de la tercera guerra mundial y muerto en la indigencia.  Le pareció entender lo torpe que había sido ese viejo siglo XXI. Sonrió, no tenía la garganta seca. En esa celda, en esa jaula, podía proferir lo que quisiera, Nunca es un buen siglo para los pobres.

domingo, 17 de enero de 2016

Cincuenta Minicuentos, un juego entre letras.

Uno de los proyectos más interesantes al que he pertenecido, hasta el momento, es Cincuenta Minicuentos. Un libro alejado de la necesidad existencialista. Un libro que no busca desmembrar al hombre en un juego filosófico, sino la unificación de este a través de un lenguaje juguetón. Es el goce de compartir entre lectores, escritores y habitantes de sus burbujas. Un cumulo de textos que invitan a sumergirse, no para alcanzar el fondo, sino para disfrutar el puro placer del agua.

Hace un año que este libro fue lanzado y hemos buscado que cumpla su función, pescar ojos para la lectura. Sus hojas buscan ser compañeras de viaje, un susurro en las inmensas colas de banco o en los desesperantes viajes de bus o tren. Una sonrisa antes de partir en los aviones. Un libro turista, un habitante permanente del bolsillo, la cartera, la maleta. Es un libro hiperactivo, que salta de la sonrisa y la burla a la contemplación o la extrañeza. Es un libro de vecindario, un juguete adulto.

Claro que no voy a escribir esto sin dejar un pequeño regalo a quienes no puedan tener el libro. Esta antología está realizada con textos de diversos autores.  Por ello comparto un texto mío y uno de una compañera autora la cual estimo mucho.


  Polinizadores

Los demás  me dicen que soy un amargado, que deje a los animalitos quietos, que es lo normal, que por siglos ha sido así. Pero a mí, me tienen harto. Ya me  han trasquilado las hojas, cagado la corteza  e invadido las raíces. Su constante apareo sobre mis ramas me tiene la savia agria. Yo no soy un hotel de mala muerte. Lo  peor es cuando, abusivamente,  me invaden como inmobiliaria barata, y mi cuerpo se convierte en una casa en la que no puedo decidir. Constantemente tengo que soportar el  chillido de sus polluelos, el zumbido de las  colmenas.  La verdad, si no fuera por estas ganas de reproducirme, no dejaría que se acercaran.


 Obra y omisión
(Luisa Fernanda Pérez Bernal)

Después de las ocho de la noche estaba prohibido mirar hacia la calle o encender alguna luz.  Pero, cuando mi papá se dormía, yo me acercaba a la ventana. Me gustaba ver cómo unos militares peleaban contra otros que también parecían militares. Era como ver televisión.

Una mañana, mi padre preguntó si nosotros lo estábamos desobedeciendo. Mis hermanos y yo lo negamos. Él se puso furioso, aseguró que nosotros mentíamos y nos recordó que esto era un pecado, dijo que cuando una persona lo hacía, el espíritu santo lo abandonaba y quedaba sin protección.

Esa noche, la batalla fue peor. Los militares, entre disparos, se acercaron rápidamente hasta nuestra casa. Cuando todo terminó, nos levantamos, encendimos una vela y buscamos a mis padres. Ellos nunca aparecieron.