domingo, 28 de octubre de 2018

Metodología de la soledad




Ella se fue con la maleta bien empacada y sin mucho escándalo. Ya no había que amar, así que no dejó nada en la casa, por lo menos nada de ella. Él se quedó con los pasillos haciendo eco con los pasos. Se sintió anonadado. Lloró porque pensó que así era el protocolo. Empezó a sentir los ojos secos e incómodos. Prefirió dormir. Pasaron varios días, comía más por rutina que por hambre. Desvelaba la noche y acostaba el día. Solo el ruido del teléfono volvió a otorgarle el sentido del tiempo.

― Halo, diga.
― ¿Viejo que pasó? Hace días no ha vuelto al trabajo.
― Nada.
― ¿Verdad que se divorció?
― Ya le dije que no pasó nada.
― En la oficina los jefes ya le están buscando reemplazo y dicen que lo van a echar.
― No se preocupe. Mejor dígales que mañana paso mi carta de renuncia.
― ¿Pero por qué? Viejo, dígame que paso.
― Ya le dije que no pasó nada, chao.

Se sentó en la computadora. Escribió la carta. Prendió el celular y vio las llamadas perdidas de la oficina. Envió por correo electrónico la carta junto con algunos agradecimientos. Estimó cuánto dinero le quedaría después del divorcio. Buscó calcular la soledad, pero no pudo. Se quedó catatónico mirando el computador. Rumiando la incomodidad que sentía en el pecho. Viendo las letras del teclado empezó a divagar “los símbolos fueron la tecnología que nos ayudaron a transpolar nuestro pensamiento, entonces, ¿Cuál sería el sistema más adecuado para traspasar nuestros sentimientos?” Buscó por la web y en bases de datos algunos postulados científicos y mecanismos de transmisión de emociones. Lo más cercano que encontró fue el arte. Intentó algunos días escribir poemas y pintar cuadros, había encontrado algo que lo hacía descansar, pero esto carecía de rigurosidad metodológica y no plasmaba completamente lo que se quería; además, el resultado no era predecible. Volvió a la web. Investigó. Empezó a realizar formulas y diseñar procesos para corregir la falencia. Realizó diversas simulaciones en la computadora, pero los datos eran inconclusos.

Solo bastaron algunos meses para que la pesadumbre volviera, para que volviera a sentir los ecos en los pasillos. Regresó el desgano por los alimentos, la desconexión con el sueño y la incertidumbre de no saber qué hacer. Se tiró en la cama y se percibió como un minusválido; y casi como una diosa blanca llegó la idea. El problema nunca fue transmitir los sentimientos, sino que él era un minusválido, le fallaba una parte de su cuerpo y había que remplazarla. Empezó por comparar los estudios sobre el tema con sus datos empíricos. Pese a lo que leía a él no le dolía la cabeza, su cerebro estaba lucido. Lo que le dolía era esa arritmia triste que producía el nombre de ella. “Ahora si el músculo cardíaco seguía bombeando sangre significaba que no todo estaba perdido.” Se encontraba en una encrucijada: buscar la parte defectuosa o cercenar por completo el corazón y usar una prótesis. Un golpe en la puerta lo interrumpió.

― Señor, soy el abogado de su esposa y en vista de que no ha respondido las citaciones vengo a que firme los papeles.

Agarró las hojas y firmó.

― Tome, y váyase a la mierda.

Cerró la puerta y empezó a diseñar la prótesis. Pensó en los materiales. Con los metales se exponía a una intoxicación y su peso podría lastimar los demás órganos, así que prefirió utilizar algún polímero especial. Llamó para hacer el pedido. Mientras pasaban los días empezó a organizar la casa. Barrió los pasillos y brilló las mesas. Rompió los poemas y colgó los cuadros. Botó los recipientes plásticos de comida y limpió la cocina. Salió al centro y se tomó una gaseosa. Coqueteó con algunas transeúntes. Volvió a la casa. La soledad era igual de perturbarte, pero solo había que aguantar poco tiempo. La ansiedad se acumulaba con las horas. El día que llegaron todos los materiales se sentó a dejar su diseño perfecto. Revisó cada milímetro, dejó reforzado cada ventrículo y aurícula. Falsifico exámenes, pruebas y autorizaciones para facilitar la operación.

Los periódicos lo empezaron a llamar el nuevo milagro de la ingeniería. Gracias a las numerosas entrevistas en los noticieros, y a la omisión de algunos datos de su historia, empezaron a llegar cartas de amor que prometían cuidar la prótesis. Al final decidió salir con sus enamoradas, pero notó un comportamiento repetitivo.

― Vamos a tu casa… me dejas ver la cicatriz de tu pecho…

Las ropas se caían. Algunas muy rápidas, otras muy tímidas. El resultado era el mismo. La cama chirriando, algunos gemidos fingidos, otros muy sinceros. Dormían. Luego ellas se levantaban. Recorrían la casa pensando en el matrimonio y eligiendo el cuarto de los niños. Cuando llegaban a los pasillos, la luz del día se estrellaba contra los cuadros y a ellas la garganta se les atoraba con una soledad que las dejaba llorando. Anonadadas se largaban de inmediato, las más fuertes volvían a la habitación para vestirse y despedirse. Las más sensibles partían con su desnudez. La casa se llenó de cuerpos ausentes.

Él Comenzó a sentir una incomodidad que no sabía en donde estaba. Algo le faltaba en las manos o mejor dicho en todo el cuerpo. No había nada que le doliera. Pensó que quizás la prótesis estaba fallando. Revisó sus cálculos y medidas, pero los números no los erraba. Los médicos empezaron a evaluarlo. El cuerpo estaba perfecto, no podía tener mejor salud. De nuevo volvió a dormir el día y despertar la noche. Todo era repetitivo. Sentía silbar el viento en los pasillos y los ecos en el tejado. Cuando una mujer lo acompañaba, esperaba la partida, el golpe de la puerta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario