No entrego mi sonrisa al vicio
de la felicidad
al virus de dientes que se
propaga en nuestro siglo
no le entrego mi cariño, ni mi
respeto
no soy el duende bailarín que
escupe su propia carne.
Tampoco me entrego al dolor
para atizar el parásito de la
infelicidad
no me entrego al laberinto que
mendiga abrazos
me hago aquí, en las palabras,
responsable de mi carne, de
cada músculo que duele y ríe,
responsable de exponer cada
nervio al vicio de la vida.
Que otros se entreguen a la
obligación de ser felices
a la obligación de ser
miserables.
Yo me hago hombre
y que mis dientes
decidan sobre el amor.
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