Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
(Miguel Hernández)
El
corazón se gesta en nuestra infancia de olvidos, nuestro nacimiento es ese
primer recuerdo al que se apegan nuestras sensaciones. Nací entre la pobreza
colombiana, entre las privaciones que sufrieron mis padres. Sin embargo,
cuentan que yo era feliz. Mis primeros recuerdos son como postales en la
vitrina ajena de mis padres. Me veo entre la tierra, bajo un gran palo de
mango. Me pinto carros empolvados, muñecos de plastilina, y supongo entonces
que era feliz.
Papá
era adicto al futbol. Mi madre cuenta que él eligió mi nombre de un álbum
deportivo. A mi niñez nunca le hizo falta un balón y en el mundial del 94 tenía
mi uniforme tricolor. Me puedo imaginar a mi familia, todos reunidos, enfrente
de un viejo televisor de madera, donde solo entraban los dos canales
nacionales. Mi padre echando un “hijueputa” porque alguien falló un tiro y mis
tías gritándole al televisor “mucho imbécil”. Era ahí, frente al televisor, el
único lugar donde mi familia perdía la compostura, en los partidos dejaban la
fachada y nosotros los niños encontrábamos a unos padres humanos. Mi abuela les
llamaba la atención “que cuidado con el vocabulario, que miren que hay niños”.
No
recuerdo porque Andrés Escobar era mi ídolo, así que solo puedo entrar al plano
de la conjetura. Me resulta difícil entender porque en una de las selecciones
más talentosas que ha tenido mi país un niño de seis años escogería un defensa
como ídolo. Los jugadores más emblemáticos son los delanteros, con sus goles.
En esa selección estaba el famoso Pibe Valderrama, que dejó impresionado al
mundo por su manera de jugar. Pero mi yo de seis años escogió a un defensa.
Para intentar darle algo de sentido a mi memoria leo los diarios y tengo la
fortuna de encontrar algunas palabras de Andrés
"En
este deporte queda demostrada la estrecha relación entre la vida y el juego. En
el fútbol, a diferencia del toreo, no hay muerte. En el fútbol, jugando, no
matan a nadie. Es más de alegría, de diversión" (entrevista con el periodista Gonzalo Medina)
Mi
papá creció en una zona deprimida de mi ciudad. Él no habla mucho de eso, a
diferencia de otros padres, él no se pasó la vida recalcando las miserias que
le toco vivir para que yo lo valorara. Sé que algunas veces tuvo que pelear. Sé
que perdió un gran amigo. Pero esas cosas él las guarda en un profundo
silencio, porque su regalo a mi niñez fue negarme un mundo violento, me regaló
la estrecha relación entre la vida y el juego. Entonces entiendo porque mi
ídolo futbolero era el tipo sereno y vital. Sin embargo, mi país tiene una
extraña obsesión por la muerte.
El
asesinato de Andrés Escobar es el primer recuerdo triste que tengo, aún a mis
treinta años me siento melancólico cuando lo pienso. Como toda memoria de la
niñez es difusa, pero ni papá ni mamá estaban. Quizás era medio día o un poco
más tarde. El televisor de madera estaba encendido y solo mis tías más pequeñas
estaban viendo las noticias. Mentiría si digo que recuerdo la imagen que vi, mentiría
si digo que recuerdo el número de balazos. Pero recuerdo mi llanto, llanto
ahogado, llanto quemadura, llanto quebrado.
Mis
tías eran niñas que entraban a la adolescencia, pero en una de ellas reposa un
don que hizo de la muerte una melancolía bella. Me tomó suavemente y me llevó a
mi cajón de ropa. Sacó el uniforme tricolor. Me ayudó a cambiarme. Buscó una
cinta purpura y la amarró en mi brazo, como si fuera la banda de capitán. Nos
sentamos en la cama y me quede mirando el piso de tierra. No me dijo mayor cosa,
solo me acompaño hasta que dejé de llorar.
Quizás
si hubieran estado mis tíos me hubieran dicho que dejara de llorar, que no
fuera nena. Quizás si hubieran estado mis padres me habían comprado un helado y
hubieran hecho mil maromas para que dejara de llorar. Pero mi tía, en su no
saber, en su intuición, en su ingenuidad, me enseño la necesaria relación entre
el dolor humano y el respeto.
Desde
ese día existe en mí una correspondencia entre el fútbol y la muerte. Sin
embargo, cuando estoy en casa, sin el bullicio de la gente, me gusta sentarme a
ver jugar a la tricolor. El fútbol es una alegría de mi soledad.