jueves, 28 de marzo de 2019

Fragmentos invisibles: el fútbol



Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
(Miguel Hernández)


El corazón se gesta en nuestra infancia de olvidos, nuestro nacimiento es ese primer recuerdo al que se apegan nuestras sensaciones. Nací entre la pobreza colombiana, entre las privaciones que sufrieron mis padres. Sin embargo, cuentan que yo era feliz. Mis primeros recuerdos son como postales en la vitrina ajena de mis padres. Me veo entre la tierra, bajo un gran palo de mango. Me pinto carros empolvados, muñecos de plastilina, y supongo entonces que era feliz.

Papá era adicto al futbol. Mi madre cuenta que él eligió mi nombre de un álbum deportivo. A mi niñez nunca le hizo falta un balón y en el mundial del 94 tenía mi uniforme tricolor. Me puedo imaginar a mi familia, todos reunidos, enfrente de un viejo televisor de madera, donde solo entraban los dos canales nacionales. Mi padre echando un “hijueputa” porque alguien falló un tiro y mis tías gritándole al televisor “mucho imbécil”. Era ahí, frente al televisor, el único lugar donde mi familia perdía la compostura, en los partidos dejaban la fachada y nosotros los niños encontrábamos a unos padres humanos. Mi abuela les llamaba la atención “que cuidado con el vocabulario, que miren que hay niños”.

No recuerdo porque Andrés Escobar era mi ídolo, así que solo puedo entrar al plano de la conjetura. Me resulta difícil entender porque en una de las selecciones más talentosas que ha tenido mi país un niño de seis años escogería un defensa como ídolo. Los jugadores más emblemáticos son los delanteros, con sus goles. En esa selección estaba el famoso Pibe Valderrama, que dejó impresionado al mundo por su manera de jugar. Pero mi yo de seis años escogió a un defensa. Para intentar darle algo de sentido a mi memoria leo los diarios y tengo la fortuna de encontrar algunas palabras de Andrés

"En este deporte queda demostrada la estrecha relación entre la vida y el juego. En el fútbol, a diferencia del toreo, no hay muerte. En el fútbol, jugando, no matan a nadie. Es más de alegría, de diversión" (entrevista con el periodista Gonzalo Medina)

Mi papá creció en una zona deprimida de mi ciudad. Él no habla mucho de eso, a diferencia de otros padres, él no se pasó la vida recalcando las miserias que le toco vivir para que yo lo valorara. Sé que algunas veces tuvo que pelear. Sé que perdió un gran amigo. Pero esas cosas él las guarda en un profundo silencio, porque su regalo a mi niñez fue negarme un mundo violento, me regaló la estrecha relación entre la vida y el juego. Entonces entiendo porque mi ídolo futbolero era el tipo sereno y vital. Sin embargo, mi país tiene una extraña obsesión por la muerte.

El asesinato de Andrés Escobar es el primer recuerdo triste que tengo, aún a mis treinta años me siento melancólico cuando lo pienso. Como toda memoria de la niñez es difusa, pero ni papá ni mamá estaban. Quizás era medio día o un poco más tarde. El televisor de madera estaba encendido y solo mis tías más pequeñas estaban viendo las noticias. Mentiría si digo que recuerdo la imagen que vi, mentiría si digo que recuerdo el número de balazos. Pero recuerdo mi llanto, llanto ahogado, llanto quemadura, llanto quebrado.

Mis tías eran niñas que entraban a la adolescencia, pero en una de ellas reposa un don que hizo de la muerte una melancolía bella. Me tomó suavemente y me llevó a mi cajón de ropa. Sacó el uniforme tricolor. Me ayudó a cambiarme. Buscó una cinta purpura y la amarró en mi brazo, como si fuera la banda de capitán. Nos sentamos en la cama y me quede mirando el piso de tierra. No me dijo mayor cosa, solo me acompaño hasta que dejé de llorar.

Quizás si hubieran estado mis tíos me hubieran dicho que dejara de llorar, que no fuera nena. Quizás si hubieran estado mis padres me habían comprado un helado y hubieran hecho mil maromas para que dejara de llorar. Pero mi tía, en su no saber, en su intuición, en su ingenuidad, me enseño la necesaria relación entre el dolor humano y el respeto.

Desde ese día existe en mí una correspondencia entre el fútbol y la muerte. Sin embargo, cuando estoy en casa, sin el bullicio de la gente, me gusta sentarme a ver jugar a la tricolor. El fútbol es una alegría de mi soledad.


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