¿Cuán feliz es la suerte
de la inocente vestal?
Al mundo olvida y el mundo
la olvida
Eterno resplandor de una
mente sin recuerdos
Acepta todas las plegarias
Y renuncia a todos los
deseos
(Alexander Pope)
Cuando
en “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” Mary, al recuperar sus
recuerdos, regresa a robar los archivos para revelar el secreto de los
pacientes del doctor Howard Mierzwiak es interrumpida por Stan.
—Supongo que no regresaras. De ser tú, no regresaría.
—¿Jura que no lo sabías?
—Lo juro
—¿Tú no me borraste la memoria?
—Claro que no. Dios no.
—¿Nunca sospechaste de nuestra relación? (habla del Dr.
Howard)
—Una vez, quizá. Regresaba de un trabajo y estabas en su
auto. Los vi hablando. Te salude con la mano (a la distancia) y reíste.
—¿Cómo lucia?
—Lucias feliz. Feliz con un secreto.
En
la película la posibilidad de alejar el dolor del amor termina irónicamente
alejando la felicidad. Esta es una dualidad que a la sociedad presente le
cuesta digerir y entender. Nuestra sociedad dedicada al narcisismo y la
autosatisfacción carece de la capacidad de entender el amor. Byung Chul Han lo
expresa mejor al decir que en el infierno de lo igual se rechaza al otro al no
poder subyugarlo a nuestro deseo. Mientras otras generaciones resolvían el amor
pese a su herida, la nuestra prefiere negarlo. No hay tiempo para sufrir,
porque el único dolor aceptable es el dolor productivo, el dolor del éxito, y
cualquier otro dolor es una enfermedad que debe ser curada, por no decir que
extirpada. Pese a esta fobia al amor de nuestro tiempo, entender y hablar de él
sigue dimensionando nuestra realidad.
Es
curioso ver círculos culturales con la constante queja de fenómenos como el
reggaetón, el cual creemos que no merece un mínimo de análisis por su simple
composición y su falta de contenido. Una música que se pensó que no duraría más
de dos éxitos y se extinguiría. Sin embargo, ya van 20 años y se introduce en
diversas culturas. Y quizás no podríamos decir nada de este género si se
quedara en las discotecas y las fiestas, si fuese la música de diversión. Pero
no lo es. Es la música que representa una serie de valores y formas de entender
las relaciones. El reggaetón es un ejemplo de la agonía del eros: La necesidad
constante de verse felices, la objetivación del cuerpo, el ser implacables con
todo aquel que no sea parte de la sociedad de rendimiento, el abandono del amor
por la masturbación colectiva. Y no es que este género musical hile estas
ideas, sino que como todo producto comercial representan las ideas masificadas.
Ya no existe un don Juan doblegado por la belleza femenina, sino el contador
Juan hablándonos de las monedas de cambio y el número de cuerpos en las bodegas
del placer. Aun así, pese a esa posición de magnate de Wall Street, seguimos
sufriendo como Clementine Kruczynski ante el amor.
El
amor se desarrolla en la interlocución del otro, pero nuestra sociedad no
permite esa interacción, nadie quiere perder tiempo en un amor si no se puede
asegurar que es un amor exitoso.
Nos hemos abandonado
dolorosamente a la soledad,
sintiendo la necesidad del
amor por debajo de las uñas
(Gioconda Belli)
Es
así como, pese a todas las supuestas aceptaciones de ideales y posiciones
multiculturales, el amor sigue siendo la misma propuesta “los declaro marido y
mujer hasta que la muerte los separe”, el amor siempre medible por la sociedad:
Todo aquello que no se quede en mi perpetua vida es un desperdicio. Y aunque
aceptamos perder con otro el tiempo, lo hacemos con desazón. El amigo o amiga
con quien te encamas porque no había más y el cuerpo pide, “mientras aparece el
indicado disfruta con el equivocado”. Porque es la única manera en que
subyugamos al otro en el narcisismo. Mientras pasa el tiempo y el idealismo del
amor no se cumple vamos viendo la herida abierta, autoculpándonos por el
fracaso. Terminamos dedicados a las curas de chamanes emocionales que nos
terminan enfrascando aún más en el narcisismo: el problema es que no te quieres
a ti mismo, dedícate a ti.
Es
difícil explicar las dualidades, como en uno mismo existe los opuestos. Como en
el conocer al otro nos conocemos a sí mismos, como al desconocer al otro nos
desconocemos a nosotros mismos. Estamos compuestos de la interacción del mundo
interno y externo. La depresión moderna no es más que el vacío interno, un
vacío sobrecargado. En psicología una de las primeras cosas que se hacen al
detectar un sujeto depresivo es intentar fortalecer sus redes de apoyo. Quizás
este acto de protección puede revelarnos mucho sobre el amor. Cuando se rompe
un vínculo, cuando el otro no se subyuga a nuestro deseo, el sujeto depresivo
de rendimiento se ensimisma, porque la responsabilidad cae en sí mismo y no en
la interacción. No es un camino bidireccional. Sin embargo, el amor es un
camino que va hacia otros, la otredad ayuda a curar el autoflagelo.
Volviendo
a la película, cuando Joel y Clementine borran sus memorias entran a un vacío
existencial. No sufren por la ausencia del otro sino por la pérdida de sí
mismos. No han perdido al otro, no lo conocen. Sus vidas carecen de sentido en
tanto no hay nada que los conecte a la pulsión erótica, son ellos mismos
resolviendo sus vidas, sin la expansión del otro. Cuando se reencuentran se
sienten abrumados por una serie de desprecios el uno por el otro, que
desconocían. Pero sus voces son la aseveración de que existió un terrible
momento de su historia. A pesar de la evidencia empírica del sufrimiento
deciden quedarse juntos, deciden la otredad.
Es
difícil entender lo erótico en un mundo reduccionista. Cuando se confunde la
elección de la otredad con la aceptación del maltrato. Mientras que la otredad
nos hace sufrir en la incapacidad de la subyugación del otro, el maltrato es la
aceptación de la violencia ya sea por temor de la perdida de la vida o ante el
narcisismo de no aceptar el fracaso. Sin embargo, mientras que el sufrimiento
de la otredad se puede resolver en la ternura, el narcisismo, que en la
inmediatez parece resolvernos el dolor, termina prolongando el sufrimiento. El
sujeto “empoderado” termina tendido en su propia tiranía.
A diferencia de la genitalidad el erotismo es
un juego de tomar y soltar. Nos abandonamos y nos empoderamos. En el erotismo
abrimos la fragilidad. Mientras en la genitalidad fingimos un trueque de
placer, en el erotismo caminamos en la incertidumbre. La sociedad del siglo XXI
es una sociedad genital, se engaña queriendo evitar el sufrimiento del amor. Es
una sociedad que busca el estado de control, y ya que en los terrenos del
placer lo único que podemos controlar es nuestro impulso genital nos quedamos
reducidos. La genitalidad podemos evaluarla productivamente, desde la
frecuencia del coito hasta un mercado expansivo de los impulsos sexuales (como los
sex shop). Sin embargo, el amor, pese al márquetin, no es un producto vendible.
Tenemos mercados de suvenires que simulan nuestro amor, pero no hay un mercado
que pueda vender amor. Existen sitios de citas que facilitan el encuentro de
dos sujetos en busca de amor, pero el amor como producto no existe. Por ello la
idea de enamorarnos o expresar amor termina siendo cada vez más condenada por
la sociedad. “El que se enamora pierde” dicen popularmente, ejemplo claro de
cómo queremos convertir la emocionalidad en un balance contable.
Quizás
lo más grave del asunto es que perder el amor es algo involutivo, es regresar a
un estado animalizado. Para Octavio Paz el amor es la elevación humana sobre el
estado animal. En su libro La llama doble
explica como pasamos de lo pánico al erotismo y por último al amor. Algo
expresado de una manera más breve por Darío Jaramillo Agudelo:
Sé que el amor
no existe
y sé también
que te amo.
Los
vínculos primarios de los animales no son amor, son la forma de relación para moverse
en su entorno como parte de un todo natural, un ecosistema. Por eso el amor no
existe. Pero el amor, como creación humana, es un proceso transformativo de la
realidad. Quizás el amor es lo único que nos diferencia como especie, lo único
que nos humaniza. Creo que debo corregir esta última línea: el amor es el
máximo ejemplo de la simbolización del hombre, al simbolizar creamos, al crear
transformamos, sin esta máxima nos vemos reducidos en tanto nuestra
simbolización se simplifica y al simplificar no creamos. El amor es el estado
contemplativo del ser ante la realidad natural, y en la quietud de la
contemplación se genera el movimiento simbólico que permitirá la
transformación. El amor, la dualidad de la quietud y el movimiento.
Basándonos
en Octavio Paz podríamos asumir que el hombre del siglo XXI, está en un punto
limítrofe entre lo pánico y lo erótico. Que quizás lo único que lo mantiene en esa
línea es la supresión de la fecundidad, pero incluso eso es una línea demasiado
delgada, y a veces el hombre sucumbe a su instinto de procreador. La sociedad
genital se ha centrado en un impulso acelerado que le impide la expansión de lo
erótico. Centrados en la estimulación de la zona pélvica y seccionando el resto
del cuerpo para establecer una sexualidad dirigida al consumo, el cuerpo ha
dejado de ser un gran todo de placer. Incluso la industria pornográfica se ha transformado
en pequeños videoclips, para consumir únicamente lo que queremos, para
mantenernos en el narcisismo, centrados en el yo tiránico.
El
erotismo se eleva en tanto se retrasa la estimulación genital y se metaforiza
el deseo en el cuerpo completo. La sensibilidad erótica empieza a producirse en
el abandono de sí mismo para la otredad, nos extendemos en la piel del otro, en
su beso y su deseo, nos empoderamos en el cuerpo del otro, y cuando el otro en
retaliación a nuestra penetración se abalanza a conocernos, se abalanza para
conocerse a sí mismo y nos dejamos abandonados a nuestro placer para que el
otro se empodere. Un oleaje de los yo que desdibujan el cuerpo y se sienten
perdidos.
Tanta turbación
sólo podía ser la prueba
de un deseo muy grande
tan grande
que ni tú misma
podías satisfacer.
(Cristina Peri Rossi)
Sin
este encuentro de la sexualidad elevada, del erotismo, no podemos soportar el
amor, el cual ya no desdibuja solo nuestros deseos, sino que desdibuja lo que
somos.
El
inicio del amor es un asunto de levedad, aludiendo a Italo Calvino. El amor
sustrae todo aquello que nos pesa y nos pone en movimiento, y aunque puede
sonar bello, la elevación puede resultar brutal, dolorosa. La elevación es
incertidumbre y no tenemos la noción del control que nos da el peso.
Allí lejos, perdido entre
las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María
Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus
piernas de pluma
(Oliverio Girondo)
Para
Italo Calvino estas dos antagonistas no representa un plano moral de bien y
mal, sino dos situaciones que se presentan en la vida. Así pues, sustraer peso
no es bueno ni malo, sino un acto transformativo, el sujeto cambia al no tener
algo que antes existía en él. La levedad despoja en el otro.
yo, que soy eterna pues he
muerto cien veces, de tedio, de agonía,
y que alargo mis brazos al
sol en las mañanas y me arrullo
en las noches y me canto
canciones para espantar el miedo,
¿qué haré con esta sombra
que comienza a vestirme
y a despojarme sin remordimientos?
(Piedad Bonnett)
Sin embargo, así como
despoja también viste, así como perdemos cosas al amar también ganamos peso. Queremos
quedarnos inmóviles en el amor.
tú me serás, dolor,
la prueba de otra vida
en que no me dolías.
La gran prueba, a lo
lejos,
de que existió, que
existe,
de que me quiso, sí,
de que aún la estoy
queriendo
(Pedro Salinas)
El
amor es un asunto desbordante que ya sea por peso o levedad aturde nuestra
existencia. Bueno o malo el amor nos destroza y después de él sigue la
imperiosa tarea de reconstruirnos, quienes pretenden volver a ser los mismo
sufrirán la herida del amor, quienes intenten entenderse se encontrarán así
mismos, porque después de amar nunca seremos los mismo y en eso radica su
belleza, nuestros nervios, nuestra piel, nuestra forma de sentir es distinta. El
amor no está hecho para la felicidad o el dolor perpetuo. El amor está hecho
para la metáfora, para cambiar el mundo que tenemos. Quizás el poeta que mejor
lo ha entendido es Vinicius de Moraes:
Que pueda yo decirme del
amor (que tuve):
Que no sea inmortal,
puesto que es llama,
Pero que sea infinito
mientras dure.
Volviendo
a la excusa inicial, la historia de amor de Joel Barish y Clementine Kruczynski,
vemos a la sociedad moderna, por un lado, Joel es el sujeto narciso que se
enfrasca únicamente en su propio dolor y Clementine es el sujeto de rendimiento,
el cual quiere aprovechar a toda costa cada minuto de su tiempo. Pero ambos logran
una conexión con la realidad, una conexión con si mismos gracias al otro. Cuando
la relación fracasa Clementine, como sujeto de rendimiento, busca la solución más
funcional, practica: borrarse los recuerdos y dejar de sufrir automáticamente
para poder seguir buscando la felicidad. Sin embargo, la crisis existencial
para Clementine persiste, ahora con un hueco en la memoria con el cual puede
ser manipulada. Joel, como sujeto narciso, busca vengarse pagando con la misma
moneda. En medio del proceso Joel logra la introspección de que perder los
recuerdos dolorosos es perder también la otredad que lo conecto con el mundo y
con las emociones más bellas. Pero la fuerza pasional del amor no es suficiente
para salvar los recuerdos ante el mundo funcional y de rendimiento. La última
carta de Joel es entender su vulnerabilidad y salvarse en la ternura,
simbolizada en Montauk, donde no hubo un beso, donde no hubo nada, solo la
posibilidad de conocer a un otro. La ternura es quizás la sensación más sobria.
La única sensación que puede desbordarse y no se siente aterradora. En la
ternura desdibujamos el dolor y el placer de nuestra historia, donde cada
habitación de nuestra memoria cobra sentido. Descubrir la ternura es quizás el
gran propósito del amor.